Éx 20,1-17: La Ley se
dio por medio de Moisés
Salmo 18: Señor, tú
tienes palabras de vida eterna
1Cor 1,22-25:
Predicamos a Cristo crucificado, sabiduría de Dios
Jn 2,13-25: Destruyan
este templo y en tres días lo levantaré
El evangelio de Juan
coloca esta manifestación mesiánica de Jesús al comienzo de su actividad
pública y en el contexto de una fiesta de Pascua en Jerusalén. Para Juan es muy
importante poner a Jesús y a su comunidad en ese marco de la sucesión de las
fiestas judías. Eso lo vemos a lo largo de todo el evangelio, pues no hay
ningún acontecimiento fuera de ese marco. Juan optó por encuadrar toda la
actividad pública de Jesús en el tiempo religioso de los que su propio
Evangelio define como “los judíos” (!). Al organizar la narración en función de
una serie de fiestas judías, deja entrever una construcción ideológica y
cultural rica, articulada e intencionada (hoy sabemos que las cosas no se
sucedieron así, sino que se trata de una organización literaria de la
narración, con una intención significativa).
La pascua judía es
confrontada por Jesús y su comunidad discipular tres veces en el evangelio de
Juan. Es evidente el simbolismo: con Jesús irrumpe una nueva Alianza (tres
siempre simboliza el nacimiento de algo nuevo). El tiempo del Reino construye
una nueva festividad. El tiempo de las fiestas judías es contrapuesto con un
tiempo inusual y alternativo. El relato centra su interés en la dialéctica
entre la estructura simbólica y temporal del judaísmo, y una estructura nueva alternativa
que se quiere afirmar e institucionalizar.
El simbolismo de la
revelación mesiánica de Jesús es sumamente resaltado en la confrontación con el
templo. El relato necesita hacerlo; al fin y al cabo se está construyendo y
afirmando una nueva identidad. El templo de Jerusalén es el centro de las
instituciones y símbolo de la gloria y el poder de la nación judía (tanto la
residente en Palestina como la que se encuentra en la Diáspora). El evangelio
emplea un símbolo conocido para indicar la presentación mesiánica de Jesús: el
“látigo con cuerdas”. Era proverbial la frase “el látigo del Mesías” para
significar la violencia que implica la irrupción de la era mesiánica. El uso
que Jesús hace del “látigo” no deja la menor duda acerca de su identidad y del
proyecto que encarna: con él arroja fuera del templo el ganado que se vendía
para los sacrificios, las ovejas y los bueyes. Sacrificios, como ovejas y
bueyes, así como sus potenciales compradores (sólo los ricos podían ofrecer
este tipo de ganado en el sacrificio) son puestos fuera del horizonte del nuevo
proyecto mesiánico-profético.
Al echar todos afuera
del templo con sus ovejas y sus bueyes, Jesús declara la invalidez del culto de
los potentados, del que los sacrificios constituían el momento cumbre. Jesús no
denuncia solamente, como habían hecho los profetas, «el culto que encubre la
injusticia», sino que declara infame «el culto que es en sí mismo una
injusticia», por ser medio de explotación, pero sobre todo «por ser
legitimación religiosa de la injusticia y del crimen». No propone una reforma
del culto, sino su abolición.
La expulsión de los
bueyes tiene que ver con la misma constitución de la sociedad
tributaria-monárquica. El primer rey de Israel se constituyó a partir del
“grupo de campesinos propietarios de bueyes”. No es de extrañar que a partir de
entonces, latifundistas, bueyes y sacrificios en el templo estén articulados en
un solo proyecto, y que se correspondan ideológica y religiosamente. Además el
dios Baal de los agricultores cananeos se representaba con un buey. La
agricultura y la ganadería necesitan su propio dios y su propio culto. Los
latifundistas fueron aliados importantes de Herodes para la consolidación de su
poder, y él, como retribución, mantuvo en forma opulenta al templo. Así podemos
entender por qué el templo estaba lleno de bueyes, si la ideología religiosa
dominante cuyo centro simbólico estaba allí era la justificación principal del
sistema social estratificado y concentrador en Palestina desde la Reforma de
Josías.
La expulsión de las
ovejas del templo tiene también un rico sentido simbólico. Las ovejas son
figura del pueblo, encerrado en el recinto donde está condenado al sacrificio.
Los dirigentes explotan y asesinan al pueblo –verdadera víctima del culto–,
sacrifican y destruyen al rebaño, a cuya costa viven. Jesús no se propone
reformar aquella institución religiosa propósito por cierto inútil, sino
rescatar al pueblo de ella.
Todos los grupos judíos
esperaban la utopía del Reino, de forma que la agitación del primer siglo hizo
a muchos pensar que la hora estaba próxima. Para los zelotas era la hora de
tomar las armas contra la ocupación romana para instaurar el reino de Dios en
el cual el templo y su personal ya no estuvieran sujetos a ningún imperio. Los
saduceos no esperaban activamente el Reino y se contentaban con mantener como
mejor podían el culto del templo con la ayuda de las autoridades romanas. Los
esenios, como los zelotas, estaban listos para tomar las armas por el Reino,
pero se habían retirado al desierto en espera del momento oportuno (kairós),
considerando que el templo estaba en manos ilegítimas. Los fariseos también
consideraban que para que llegara el Reino había que acabar con el dominio
extranjero y restaurar la autonomía del templo. Sin embargo, no entraron a
ninguna guerrilla y se dedicaron a la más riguroso observancia de la ley.
A diferencia de los
grupos anteriores, la actitud de Jesús y de su comunidad discipular es de
tajante oposición al templo, lo que aparece de una manera mucho más radicalmente
–no sólo como rechazo de un culto de los poderosos– en las acciones contra los
cambistas, a quienes les desparrama las monedas, y contra los vendedores de
palomas, a quienes les ordena quitar de en medio su mercancía.
Los cambistas
representaban “el sistema financiero” de la época. Todos los varones judíos
mayores de 21 años estaban obligados a pagar un tributo anual al templo, e
infinidad de donativos en dinero iban a parar al tesoro del templo. Además, en
la antigüedad, los templos, por la inmunidad que les confería su carácter
sagrado, eran el lugar elegido por los pudientes para depositar sus tesoros. El
templo de Jerusalén llegó a ser uno de los mayores bancos de la antigüedad.
Pero pagar el tributo y los donativos no se podía hacer en monedas que llevasen
la efigie imperial, considerada idolátrica por los judíos: el templo acuñaba su
propia moneda y los que iban a pagar tenían que cambiar sus monedas por las del
templo. Los cambistas cobraban, naturalmente, su comisión. Al volcar sus mesas
y desparramar sus monedas, Jesús estaba atacando directamente el tributo al
templo y, con él, al sistema económico religioso dominante. El templo es para
Jesús una empresa que explota económicamente al pueblo. De hecho, el culto
proporcionaba enormes riquezas a la ciudad y a los comerciantes, sostenía a la
nobleza sacerdotal, al clero y a los empleados. La acción de Jesús toca, por
tanto, un punto neurálgico: el sistema económico e ideológico que representaba
el templo en Israel.
La acción contra los
vendedores de palomas es igualmente de enorme impacto ideológico. Las palomas
eran animales sacrificiales de menor importancia, pues con ellas los pobres
ofrecían sus cultos a Dios; sin embargo el hecho de que sus vendedores hayan
sido los únicos a quienes Jesús se dirige y a los que hace responsables de la
corrupción del templo, quiere hacer ver la enorme preocupación de Dios por la
suerte de los pobres y su enojo por quienes hacen negocio con su pobreza. En
contraste con las dos acciones anteriores, Jesús no ejecuta acción alguna, sino
que se dirige a los vendedores mismos acusándolos de explotar a los pobres por
medio del culto, del impuesto, y del fraude de lo sagrado.
El templo es “casa del
mercado”, y allí el dios es el dinero. Al llamar a Dios mi Padre, Jesús no lo
identifica con el sistema religioso del templo. La relación con Dios no es
religiosa sino familiar, está en el ámbito de la casa familiar. La relación se
desacraliza y se familiariza. En la casa del Padre ya no puede haber comercio
ni explotación, siendo casa-familia acoge a quien necesite amor, intimidad,
confianza, afecto.
Aún, Jesús da un paso
más en su confrontación radical con el templo al proponerse él mismo como
santuario de Dios. Frente al poder de Herodes (cuarenta y seis años de
construcción del templo) emerge el poder del resucitado (tres días). En el
Reino de Dios no se requiere templos sino cuerpos vivos. Éstos son los
santuarios de Dios, donde brilla su presencia y su amor, si viven dignamente.
Jesús no viene a continuar la línea religiosa tradicional. Vino a proponer una
humanidad restaurada a partir del principio de la ultimidad de la vida en
cuerpos que viven con dignidad. Sobre esta base es posible soñar y construir
otra manera de vivir y otra manera de creer.
Para la revisión de
vida
¿Qué significan para mí
«los diez mandamientos»? ¿Están en el centro de mi visión moral, o los he
superado y transcendido en el mandamiento de Jesús, el «mandamiento nuevo»?
¿Los tomo demasiado
como «mandamientos», como una orden, como si fueran algo así como una orden
irracional, o los he interiorizado y hecho míos?
¿Vivo pendiente de la
ley, o de alguna manera vivo ya en el espíritu de la ley, sin vivir atenazado
por la «obligación»?
Sem comentários:
Enviar um comentário